A oscuras
Era una casa vieja metida entre dos edificios de 10 pisos, de dos plantas y un sótano, techos muy altos, pocas habitaciones pero muy grandes, quizás demasiado, y una larga escalera de madera de dos tramos.
Mis abuelos habían vivido allí desde antes de yo nacer, y hacía pocos meses me había mudado con ellos.
Cotidianamente regresaba a la casa ya de madrugada, mientras dormían, cenaba algo y luego subía a mi dormitorio, pegado al suyo.
Durante el día no era una casa demasiado luminosa, durante la noche la oscuridad era casi total, apenas se colaba un poco de luz de la calle por las persianas cerradas de los dormitorios que daban al frente.
Mi abuela tenía por costumbre dejar la luz de la escalera encendida para facilitarme la llegada, aunque yo ya conocía el recorrido de memoria y en ocasiones lo hacía completamente a oscuras.
Una noche como tantas llegué, comí algo y subí las escaleras.
Llegado al entrepiso, como siempre, apagué la luz de la escalera en el descanso y subí la segunda mitad a oscuras.
Al llegar me esperaba a mi izquierda la llave de luz del hall de la planta alta, luego el dormitorio de mis abuelos y luego el mío.
Como siempre ya pisando el último escalón giré hacia la izquierda estirando de manera automática la mano buscando el interruptor en la pared.
Fué en ese momento que las cosas dejaron de ser como siempre.
Sentí una presencia a mis espaldas, casi un roce, un aliento.
Tuve la absoluta convicción de que había alguien allí en la oscuridad, casi frente a la puerta abierta del dormitorio de mis abuelos.
Lo que ocurrió a continuación ocupó un instante, no sé, a lo sumo dos segundos, el tiempo que lleva estirar una mano hacia un interruptor a quizás un metro de distancia.
En ese lapso pensé que por la altura se trataba de mi abuelo, que habría ido al baño y volvía a oscuras a su cama, pero que no se había percatado que yo subía y casi chocamos. Quizás estaba medio dormido y si yo encendía la luz al viejo le daría un infarto, eso me hizo dudar.
Me encontraba yo ya frente a su puerta, cuando en la oscuridad me pareció verlos a ambos durmiendo.
Fue entonces cuando me quedé congelado parado allí, con la mano en el interruptor, mientras sentía que se me erizaba toda la piel como si la temperatura de la casa hubiera bajado a 0 grados en ese momento.
"Un ladrón", pensé, "entonces el que está acá atrás es un ladrón".
Con la convicción de que si encendía la luz se sentiría descubierto y me rompería el cráneo, comencé a caminar hasta la puerta de mi dormitorio a tientas, procurando mantener la calma.
Al fin encontré el pestillo, me metí y cerré la puerta, mientras encendía la luz de mi cuarto y pasaba llave.
Estaba realmente asustado, había estado cerca, ¡ casi habíamos chocado frente a la escalera !
Fuí hasta el mueble a buscar aquella navaja que traje de recuerdo de Toledo, tratando de conseguir cierta sensación de seguridad, y me senté en la cama pensando qué hacer...
No podía quedarme encerrado, había alguien en la casa...
Decidí salir, no había más remedio.
No soy precisamente el tipo más valiente de éste mundo, pero contaba con que un sujeto de casi 2 metros con una navaja en la mano harían al menos dudar a quien sí lo fuera.
Salí y recorrí la casa encendiendo todas las luces, pensando dónde estaría escondido, comenzando por la planta alta, luego la planta baja, y finalmente el muy poco amistoso sótano, por donde yo suponía que había entrado, ya que la puerta principal estaba con llave.
Deseaba con toda mi alma que hubiera huído, pero la puerta del sótano aún tenía el candado intacto, no había nadie en toda la puta casa, no había otra forma de entrar o salir.
Regresé a mi dormitorio, cerré la puerta, y me eché en la cama con la luz encendida.
Apenas si pude dormir esa noche.
"No estoy loco, había alguien" pensé.
Lo cierto es que al parecer no hubo un ladrón, ni nadie más que yo esa noche mirando en la oscuridad a mis abuelos dormir, aunque hasta hoy, diez años más tarde, juraría que sí.
Al día siguiente tuve la necesidad de contar el episodio a un par de personas.
Lo hice no sin cierto pudor, si yo hubiera escuchado aquél relato como espectador, habría pensado que venía de alguien que le teme a la oscuridad, volvía a casa con un par de copas de más, o tiene algún tornillo flojo.
Las interpretaciones que recibí sobre lo ocurrido no me tranquilizaron demasiado, todas coincidieron en que de seguro sí había algo allí, y si no era una persona debía ser algo más.
No soy demasiado afecto a explicaciones 'místicas', pero durante unos días parecieron ser las únicas que daban respuesta a lo ocurrido aquella noche.
Pasó el tiempo y sin saber bien cuándo me fui convenciendo de que mi cerebro esa noche me jugó una mala pasada, qué otra cosa podría ser si no?.
Solo así pude volver a apagar la luz y caminar a oscuras.