Solo el mar es igual
Ayer de tarde el sol alivió un poco el frío fenomenal de éstos días y nos dejó salir a caminar un rato.
Mi hijo comenzó a hacerme preguntas sobre cómo eran las cosas antes, y así comenzamos hablando de dibujitos y terminé divagando sobre lo que ha cambiado Atlántida desde que la conozco.
Comencé a venir a pasar los veranos cuando tenía 7 u 8 años, ya hace más de treinta.
El viaje desde Montevideo se me hacía eterno, aunque probablemente eso se debía más a la impaciencia infantil que a la velocidad de los autos o el estado de las carreteras, que han mejorado pero no de manera dramática.
Otras cosas sí han cambiado, quizás la más notable es el paisaje carretero, donde recuerdo que veía hasta vacas; sin dudas de aquel paisaje casi rural no queda nada.
El balneario en sí era mucho más chico, la cantidad de terrenos vacíos era mayor a la de los que estaban construídos (excepto en el centro), y eso daba una cantidad casi ilimitada de espacio para jugar. Nuestra área de juegos se extendía a varias manzanas a la redonda.
La rambla se extendía desde la mansa al Piedra Lisa, a el Aguila no se podía llegar en auto, de hecho no estaba urbanizado y aún estaba el alambrado del campo.
Había que ir por la playa o entre los pinares, y aún se conservaba la "proa" que años después se desmoronaría.
Aún no existía la horrible torre de Antel que ahora parece casi un ícono del balneario, ni el inmoral y eternamente inacabado edificio Portofino; el supermercado no era Disco y quedaba en el centro.
No era La Pasiva, sino La Fontaine, y pasábamos en bicicleta por el puentecito del Golf Palace que ahora está en un estado de deterioro que ni a pie nos animaríamos.
Allí detrás iríamos a bailar más de grandes a Manía, aunque también estuvo Project alguna vez, que cambió de local infinitas veces.
El cine estaba frente a la plaza, habían dos casinos ya que aún existía el de AGADU, y se podía jugar al fútbol en la calle durante horas sin que ningún auto interrumpiera el partido.
La playa Mansa tenía bastante más arena, y con mi viejo podíamos caminar hasta el "muelle" de Parque del Plata, donde se concentraban los pescadores de ese balneario.
El Rex funcionaba como hotel, para encender la estufa bastaba con salir a juntar leña durante 20 minutos y nadie vendía piñas en bolsas.
Lo que no cambia, como dice la canción, es el mar, y quizás uno de los atardeceres más hermosos del mundo, al menos del mundo que yo conozco.
Según me han dicho, cuando estuvo por aquí filmando Miami Vice, Colin Farrell dijo algo parecido, ojalá casi nadie haya escuchado.
Pedro Guerra
Mi hijo comenzó a hacerme preguntas sobre cómo eran las cosas antes, y así comenzamos hablando de dibujitos y terminé divagando sobre lo que ha cambiado Atlántida desde que la conozco.
Comencé a venir a pasar los veranos cuando tenía 7 u 8 años, ya hace más de treinta.
El viaje desde Montevideo se me hacía eterno, aunque probablemente eso se debía más a la impaciencia infantil que a la velocidad de los autos o el estado de las carreteras, que han mejorado pero no de manera dramática.
Otras cosas sí han cambiado, quizás la más notable es el paisaje carretero, donde recuerdo que veía hasta vacas; sin dudas de aquel paisaje casi rural no queda nada.
El balneario en sí era mucho más chico, la cantidad de terrenos vacíos era mayor a la de los que estaban construídos (excepto en el centro), y eso daba una cantidad casi ilimitada de espacio para jugar. Nuestra área de juegos se extendía a varias manzanas a la redonda.
La rambla se extendía desde la mansa al Piedra Lisa, a el Aguila no se podía llegar en auto, de hecho no estaba urbanizado y aún estaba el alambrado del campo.
Había que ir por la playa o entre los pinares, y aún se conservaba la "proa" que años después se desmoronaría.
Aún no existía la horrible torre de Antel que ahora parece casi un ícono del balneario, ni el inmoral y eternamente inacabado edificio Portofino; el supermercado no era Disco y quedaba en el centro.
No era La Pasiva, sino La Fontaine, y pasábamos en bicicleta por el puentecito del Golf Palace que ahora está en un estado de deterioro que ni a pie nos animaríamos.
Allí detrás iríamos a bailar más de grandes a Manía, aunque también estuvo Project alguna vez, que cambió de local infinitas veces.
El cine estaba frente a la plaza, habían dos casinos ya que aún existía el de AGADU, y se podía jugar al fútbol en la calle durante horas sin que ningún auto interrumpiera el partido.
La playa Mansa tenía bastante más arena, y con mi viejo podíamos caminar hasta el "muelle" de Parque del Plata, donde se concentraban los pescadores de ese balneario.
El Rex funcionaba como hotel, para encender la estufa bastaba con salir a juntar leña durante 20 minutos y nadie vendía piñas en bolsas.
Lo que no cambia, como dice la canción, es el mar, y quizás uno de los atardeceres más hermosos del mundo, al menos del mundo que yo conozco.
Según me han dicho, cuando estuvo por aquí filmando Miami Vice, Colin Farrell dijo algo parecido, ojalá casi nadie haya escuchado.
Manteniendo la mala costumbre de imitar a Dolina ilustrando los dichos con alguna canción, viene al caso recurrir entonces al canario Pedro Guerra, que no es de Canelones sino de Canarias aunque merezca ser de aquí.
La canción, Menguante, quizás apropiada para escuchar alguna tardecita de éstas en la mansa.
La canción, Menguante, quizás apropiada para escuchar alguna tardecita de éstas en la mansa.
Menguante
El banco de mármol, la plaza, el velero;
cañones por banda… la casa, el colegio,
el uno en la espalda del breve portero…
ya nada es lo mismo.
Menguaron. Pequeños.
El patio, las flores, el invernadero,
los verdes limones que da el limonero,
la lluvia golpeando el temor de mis sueños…
ya nada es lo mismo.
Menguaron. Pequeños.
Sólo el mar es igual,
profundo y azul:
más grande que yo,
más grande que tú.
La piedra que enjuaga el jersey del invierno,
mis botas de barro, mi espada, mis besos,
la Iglesia espiando el calor de mis juegos…
ya nada es lo mismo.
Menguaron. Pequeños.
El arco que carga el rosal desde el suelo,
la calle que ayer era un campo desierto,
la luz del otoño arañando el espejo…
ya nada es lo mismo.
Menguaron. Pequeños.
Sólo el mar es igual,
profundo y azul:
más grande que yo,
más grande que tú.
El banco de mármol, la plaza, el velero;
cañones por banda… la casa, el colegio,
el uno en la espalda del breve portero…
ya nada es lo mismo.
Menguaron. Pequeños.
El patio, las flores, el invernadero,
los verdes limones que da el limonero,
la lluvia golpeando el temor de mis sueños…
ya nada es lo mismo.
Menguaron. Pequeños.
Sólo el mar es igual,
profundo y azul:
más grande que yo,
más grande que tú.
La piedra que enjuaga el jersey del invierno,
mis botas de barro, mi espada, mis besos,
la Iglesia espiando el calor de mis juegos…
ya nada es lo mismo.
Menguaron. Pequeños.
El arco que carga el rosal desde el suelo,
la calle que ayer era un campo desierto,
la luz del otoño arañando el espejo…
ya nada es lo mismo.
Menguaron. Pequeños.
Sólo el mar es igual,
profundo y azul:
más grande que yo,
más grande que tú.
Pedro Guerra