jueves, 23 de agosto de 2007

Azuquita !!

Decidimos hacer el trayecto Los Angeles - San Francisco con calma, recorriendo la costa de California y perdiendo una noche más para dormir por el camino.

Debido a esa demora, cuando llegamos a San Francisco descubrimos que no podíamos encontrar alojamiento, los casi 200 integrantes del grupo de viaje habían acabado con las pocas piezas que quedaban disponibles en los hoteles que llevábamos como referencia.
Obviamente habían en la ciudad camas de hotel disponibles, pero en un rango de precios inaccesible a nosotros.


Lo normal es antes de salir de acá recolectar información de alguien que haya viajado en los años anteriores, y pasen algunos trucos, sitios fuera de itinerario dignos de verse, hoteles y campings bien ubicados, o de buen precio, donde comer bien y barato en tal o cual país, etc.
Bueno, nosotros habíamos hecho los deberes, pero todos nuestros datos no sirvieron de nada, no habían camas, nos habían ganado de mano por demorar un día más en llegar.

Así que ya de noche y resignados volvimos a salir de la ciudad a buscar moteles al costado de las carreteras de acceso, en las afueras.
Allá conseguimos uno de razonable aspecto y buen precio y nos quedamos allí tres días, hasta encontrar lugar libre en el centro.
Cada mañana íbamos a la ciudad, recorríamos todo el día, y regresábamos a la noche.
El único lugar donde agenciarse cigarrillos y algo para comer era una estación de servicio que estaba enfrente, cruzando la carretera, y que tenía una autoservicio 24horas.
El lugar, sin ser tenebroso, tampoco parecía ideal para andar solos, un entorno suburbano no demasiado turístico.
Ya al llegar pudimos ver un par de personajes de esos que parecen salidos de alguna road movie, motoqueros montados en motos enormes, tipo Harley Davidson, de aspecto poco amistoso.
En los alrededores de San Francisco fue donde vimos más, aunque en las carreteras habíamos cruzado algunos.

Cuando los encargados de hacer la primer compra en aquel autoservice regresaron, uno de ellos, el Negro (era su apodo, no su color) llegó babeando, "fa! la morocha que atiende ahí enfrente no sabés lo que es...!".
Al día siguiente fui con él a buscar algo que desayunar y ví que efectivamente era una mujer muy atractiva.
- ésta es latina, no ?, la cara la vende, dijo
- tiene que ser, contesté en voz baja

Efectivamente los rasgos parecían delatarla, pelo negro, ojos oscuros, piel trigueña, boca grande, latina, sin dudas.
No tenía nada de raro, en la costa este los latinos parecían haberse adueñado de Nueva York, y en la costa oeste veníamos de Los Angeles, donde uno dudaba si alguien hablaba inglés.
Sin embargo habían algunos latinos que parecían no querer hablar español, y eso nos resultaba antipático; "más realistas que el rey" decíamos.

Al ir a pagar el negro ya no pudo contenerse más:
- como te va ?
- sorry ?

Mal comienzo, era de las que o no sabían o no querian hablar español, seguramente lo segundo.
El Negro no se iba a dar por vencido sin luchar:
- como te llamás ?
(cara de desconcierto)
- que cual es tu nombre...?

Olvidé mencionar que el Negro en inglés no sabía decir ni yes.
Durante tres días el Negro rebotó contra el muro impenetrable de una latina que no quería hablar español.
Cada vez que íbamos probaba algo diferente...

- che, las galletitas dónde están ?
(nada)

- no te hagás que vos sos más latina que yo ...
(silencio)
- che negro, capaz que no habla...
- no ves que sí, que se hace la boluda, si ayer hasta se rió cuando le hice un chiste...

Comenzó a irse malhumorado cada vez que nos atendía ella, era un tema de amor propio, en inglés nos seguía la charla, en español ni jota.
Para colmo de males cuando ella no estaba había un tipo, muy corpulento, a todas luces latino también, que de primera nos contestó en español.
Especulamos sobre que sería el marido y que el Negro volvería a Montevideo con la cabeza y el cuerpo en cajitas diferentes.
Finalmente nos mudamos a un hotel en el centro y aquella frustrada conquista latina del Negro fue rápidamente olvidada.

Apenas recordamos la cara de aquella morocha preciosa, la sonrisa (socarrona?) ante los intentos del Negro para sorprenderla desprevenida con una respuesta en español que la delatara, y aquel aroma que había en el local, aroma que nunca habíamos sentido ninguno de los 4.

Un mes más tarde sentíamos aquel olor a cada paso, en cada esquina, en cada calle, en el hotel, en todas partes.
- che, te acordás de aquella mina de San Francisco ?
- seee, en cuanto olí esto me acordé
- sí, yo también jajaja
- que burro que sos Negro...
- sí claro, porque vos sabías
- no, no sabía jajaja, pero sos un burro igual...

Estábamos en Nueva Delhi, India, que ciertamente, está llena de morochas que no hablan ni jota de español, claro, como la de San Francisco.