El Vietnam
Uno de tantos clichés del cine de Hollywood es el de los veteranos de la guerra de Vietnam. El protagonista en el transcurso de la película, tarde o temprano tendrá algún diálogo "profundo" que comenzará con un "recuerdo aquella prostituta de Saigón...", o "cuando llegaban los Viet Cong...", o directamente "cuando estuve en Vietnam...".
No importa demasiado cuál sea el tema que se esté tratando, de una forma u otra le remitirá a su experiencia en Vietnam.
En los últimos años se han actualizado esas referencias a "el golfo". Esto se debe básicamente a que los personajes deberían ser demasiado viejos para seguir hablando de Vietnam y es bien sabido que los viejos no son taquilleros.
Pero no tenía intención de hablar de cine, ni de geopolítica, ni siquiera estuve en Vietnam ni es probable que alguna vez vaya.
Previo al viaje de arquitectura, en alguna crisis existencial sobre si ir o no, si valdría la pena el esfuerzo, una arquitecta que había viajado recientemente nos dijo que ni lo dudáramos, que la experiencia nos marcaría de por vida, y estuvo largo rato dándonos ánimos y argumentos.
- Y van a ver como después les queda el Vietnam, yo todavía tengo el Vietnam, finalizó la charla, aludiendo al mencionado cliché cinematográfico.
Fue de esas frases que uno no olvida y que el tiempo trae una y otra vez a la memoria por lo certeras.
Yo algo de eso ya había sufrido en carne propia como víctima, mi viejo había hecho el viaje dos veces, una como estudiante y otra como docente, lo que hacía dos Vietnams.
Las anécdotas de ambos viajes las escuchamos mi hermano y yo miles de veces cada una, podemos relatarlas como si hubiéramos estado allí.
Hasta hoy es materia de bromas, basta que uno de los dos diga "...cuando estuve en Tokyo en el año..." para que ambos nos riamos a dúo.
Hace ya varios meses se cumplieron los 10 años desde que regresé del viaje.
En mi generación fuimos 180 personas durante 300 días, recorriendo el mundo, pasando por más de un centenar de ciudades en más de 20 países.
Eso deja un tendal de episodios graciosos, tristes, indignantes o absurdos sobre las cuestiones más diversas.
Pero sobre todo deja una colección de recuerdos recurrentes imposible de borrar ni disimular, como una marca, transformándonos en esos pelmazos que en medio de cualquier charla dicen "cuando estuve en Tokyo...".
Podría esperarse de alguien que sufrió tan molesta costumbre que se cuidara de no mudar de víctima en victimario, evitándole a los amigos o familiares las repetidas anécdotas del viaje. Pero hay un inconveniente, he descubierto en éstos años que si bien sabemos que somos un pelmazo, no nos importa lo más mínimo.
No hay misericordia alguna. Posiblemente suspirarán o reirán a nuestras espaldas mientras repetimos por milésima vez el cuento del borracho de Glasgow, la japonesa del tren a Osaka, o el de aquella prostituta del hotel de Moscú.
Pero no podemos evitarlo, no vamos a dejar de hacerlo una y otra vez hasta que salgamos de viaje por última vez.
No importa demasiado cuál sea el tema que se esté tratando, de una forma u otra le remitirá a su experiencia en Vietnam.
En los últimos años se han actualizado esas referencias a "el golfo". Esto se debe básicamente a que los personajes deberían ser demasiado viejos para seguir hablando de Vietnam y es bien sabido que los viejos no son taquilleros.
Pero no tenía intención de hablar de cine, ni de geopolítica, ni siquiera estuve en Vietnam ni es probable que alguna vez vaya.
Previo al viaje de arquitectura, en alguna crisis existencial sobre si ir o no, si valdría la pena el esfuerzo, una arquitecta que había viajado recientemente nos dijo que ni lo dudáramos, que la experiencia nos marcaría de por vida, y estuvo largo rato dándonos ánimos y argumentos.
- Y van a ver como después les queda el Vietnam, yo todavía tengo el Vietnam, finalizó la charla, aludiendo al mencionado cliché cinematográfico.
Fue de esas frases que uno no olvida y que el tiempo trae una y otra vez a la memoria por lo certeras.
Yo algo de eso ya había sufrido en carne propia como víctima, mi viejo había hecho el viaje dos veces, una como estudiante y otra como docente, lo que hacía dos Vietnams.
Las anécdotas de ambos viajes las escuchamos mi hermano y yo miles de veces cada una, podemos relatarlas como si hubiéramos estado allí.
Hasta hoy es materia de bromas, basta que uno de los dos diga "...cuando estuve en Tokyo en el año..." para que ambos nos riamos a dúo.
Hace ya varios meses se cumplieron los 10 años desde que regresé del viaje.
En mi generación fuimos 180 personas durante 300 días, recorriendo el mundo, pasando por más de un centenar de ciudades en más de 20 países.
Eso deja un tendal de episodios graciosos, tristes, indignantes o absurdos sobre las cuestiones más diversas.
Pero sobre todo deja una colección de recuerdos recurrentes imposible de borrar ni disimular, como una marca, transformándonos en esos pelmazos que en medio de cualquier charla dicen "cuando estuve en Tokyo...".
Podría esperarse de alguien que sufrió tan molesta costumbre que se cuidara de no mudar de víctima en victimario, evitándole a los amigos o familiares las repetidas anécdotas del viaje. Pero hay un inconveniente, he descubierto en éstos años que si bien sabemos que somos un pelmazo, no nos importa lo más mínimo.
No hay misericordia alguna. Posiblemente suspirarán o reirán a nuestras espaldas mientras repetimos por milésima vez el cuento del borracho de Glasgow, la japonesa del tren a Osaka, o el de aquella prostituta del hotel de Moscú.
Pero no podemos evitarlo, no vamos a dejar de hacerlo una y otra vez hasta que salgamos de viaje por última vez.