lunes, 8 de enero de 2007

Post mortem nihil est

Había sido su cumpleaños hacía 2 días, sin dudas el peor de su vida, sin dudas no habría otro.
Mientras acababa el cigarrillo releyó aquel archivo que escribía desde hacía más de un mes en la pc, LEER SI ME PASA ALGO.txt.
Ya todos sabían de la existencia de aquél archivo, aunque no su contenido, no había que dejar demasiado espacio al azar.

Si estás leyendo esto es porque me pasó algo, espero que haya sido rápido e indoloro...

Repasó una vez más los puntos, las comas, cualquier error que pudiera oscurecer el significado de aquél mensaje que no debía admitir más que una sola lectura. No habría lugar a explicaciones más tarde, y había cosas importantes que decir.

Algún día su hijo leería aquello, no quería dejarle una impresión equivocada de sus móviles.
El dolor en el pecho le perseguía desde hacía meses, estaba claro que más allá de los vaivenes anímicos el dolor era físico, no sólo espiritual.
Acabó el cigarrillo junto con aquella enésima lectura.
Fue hasta la puerta y la dejó sin llaves.
Regresó a ese cuarto de poco más de seis metros cuadrados y paredes manchadas por la humedad, polvo y nicotina, y volvió a asegurarse que el mensaje estuviera abierto; desde hacía meses todo era muy confuso, su mente ya no funcionaba como antes, era obvio, y había que repasar las cosas por triplicado.
Las facturas sin pagar regaban la mesa junto a cajillas vacías de cigarrillos, los vasos se acumulaban sobre la biblioteca pues no quedaba espacio libre en la cocina, la ropa usada en los últimos días se mezclaba en el piso sobre una alfombra llena de pelusas y cenizas.

La ventana estaba como siempre algo abierta para evitar que el humo se concentrara demasiado; la abrió por completo, encendió el último cigarrillo y se acodó en el antepecho a fumar mirando con dificultad un paisaje que conocía de memoria.
Por su mente cruzaron los recuerdos de aquellos años, los proyectos inconclusos, los planes que nunca se concretarían, mientras divagaba sobre si todo aquello no sería una pesadilla de la que despertaría sobresaltado con ella durmiendo a su lado.
No lo era, cada día fantaseaba con que lo fuera sin éxito.

Hasta la calle habrían unos 18 ó 20 metros, ya lo sabía de sobra, era más que suficiente, sólo debía evitar el árbol y al Peugeot que ese día estaba estacionado allá abajo.
Era un salto fácil y un final intantáneo, la mejor manera sin dudas.
Por allá atrás el teléfono comenzó a sonar una vez más.
Una vez más como desde hacía semanas lo ignoró, nadie podía tener algo importante que decir, le hastiaba la sola idea de caminar hasta el comedor a atenderle.
Todos creían entender, y quizás algunos entendían, pero ninguno sentía realmente el agobio y la infinita tristeza que nublaban cada día.
Nadie entendía en realidad, nadie..., por suerte para ellos.
Acabó el cigarrillo y lo vió caer rebotando en las hojas del árbol.
Era el momento, otra vez era el momento, como cada día desde que había decidido escapar de una vez por todas.

Como cada día decidió echar un último vistazo a aquél mensaje que sería lo único que dejaría a su hijo.
Como siempre faltaba algo, no estaba suficientemente claro lo que sentía, lo que sentía por él, lo que había significado ella, habían cosas sin decir aún, y después no podría.
Otra vez aquello tendría que esperar, siempre habría tiempo.
Se volvió a sentar, encendió otro cigarrillo y volvió a escribir.